viernes, 26 de septiembre de 2008

Yo me quería a amor ir

Me dejó el alma partida
sin moneda que insertar;
se acabó el juego, muchacho,
y yo me puse a llorar.
El corazón, destrozado;
las lágrimas, como un mar;
caminé, loco propósito,
en equilibrio sin red,
recorrí un hilo tan tenue
que apenas si distinguía
vida y muerte,
muerte y vida.
Incluso el aliento amigo
me pudo precipitar
Al abismo del abismo;
pudo la brisa más cálida
tambaleante balanza
arrancar como huracán.
Filósofo sobre el filo
perdí la sabiduría,
perdí todos mis amigos,
Ganando surcos heridos
en las plantas de los pies,
en el cuerpo del espíritu.
Cronos, sumo cauterio,
fue pasando en silencio:
una mirada fresca, una charla
desveló de repente
las potencias del cuerpo,
las potencias del alma,
aletargadas.
El corazón florece,
Suave murmullo nuevo
del torrente sanguíneo;
aroma delicado
de sentimientos vivos,
perfume de otra piel
que acariciando el cuerpo
el perdón del pasado
conquista sin esfuerzo
mientras colma, serena,
la necesidad mutua
de justicia, razón,
verdad, belleza y bien.
Se ennoblece el esclavo
y deja, libre, el yugo;
en león convertido,
comparte su saber
con un igual femíneo;
se perpetúan juntos
en fluidos espesos
y vapores etéreos
que guarda inagotable
una gota de amor.
Por eso, casi muerto,
deja obrar a tu amigo,
que el tiempo es curador
Y, creas o no en Dios,
la vida brinda siempre
otra oportunidad
de verdad, paz y amor.

© by I.M.C.

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