Levantarse de un salto por un verso,
impelido por muelles del colchón,
dejando atrás los sueños de blandura,
de malicia, molicie, de caricia.
Brincar a petición del corazón
para plasmar de golpe una verdad
que escupir en la tinta por las musas.
Gritar como poseso ante un papel
hecho de luz eléctrica y pantalla,
espejo que refleja soledades
tan solas que no sale quien se mira,
sumido en vampirismo aterrador,
que causa la succión del escribiente
cuando, pleno de entusiasmo, de ebriedad,
se esfuerza por dar caza a mitos próximos:
Eros, Logos, Sofía, tres amigos,
que se escurren con Thanatos,
con Hypnos fraternal, con Aletheia
a tabernas secretas, esteparias.
Al ofender con garfio aquellos hímenes
que exhibe a tumba abierta una hoja nívea
se siente el escritor dentro del acto,
derramador de linfa ennegrecida,
titán inexpugnable en la batalla,
voz que persigue un eco en las miradas:
escribir no es olvido, es pura vida.
lo demás es silencio, muerte, tedio.
Tras el trance del lance creativo,
al bajar de profunda excelsitud,
recobra el perturbado su conciencia:
el vivir de las letras sí cautiva,
mas nada se compara a impura vida,
cuando se traban piernas con sudor,
cuando entrechocan puños con dos caras,
cuando respiras viento hacia una meta,
cuando muerdes un cuerpo en carne viva.
© by I.M.C.
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