sábado, 15 de noviembre de 2008

La exclusiva materialidad del amor

Demasiados siglos llevan
los filósofos hablando
de sustancias amorosas,
quintaesencias de quereres,
sentimientos y sentencias,
intelectos de nobleza.
¿No basta naturaleza?
La mirada de terneza,
el beso de macho y hembra,
la caricia en mano tierna,
el abrazo a cuatro piernas,
montes de curvas venéreas,
el encuentro del esperma
con su cárnica caverna,
el hacer al otro digno
objeto de la querencia,
sin hacerle cosa a secas,
entidad masturbatoria.
Lo demás, en pura hipótesis,
es resuello que se pierde
por boca de quien no besa
(hablador de diente y lengua),
por mano que no acaricia
(al ser de ilustrado escriba),
por sexo de quien no folla,
(contemplador de la ascética,
paparruchas metafísicas)
por dos ojos que no miran
al cuerpo que se presenta
(contentos con su ceguera).

© by I.M.C.

Lo imperdonable

Jugando a definiciones

del filósofo lingüista,

alborean conclusiones

que punzan como una aguja,

como una abeja asesina.

Desde la ciencia más neutra

"imperdonable", adjetivo,

formado por un preverbio

negativo en sus acentos,

formado por un sufijo

que indica pasividad,

un poder ser afectado,

el sustantivo en la base

remite al perdón humano,

remite al perdón divino.

Recoleto significa,

sustantivado adjetivo,

todo aquello que no puede

ser sometido al perdón.

Tome quienquiera el principio

de vida que en él encierra

y reconozca, en crudeza,

imperdonable coherencia:

que quien vulneró las reglas

fina, fallece, se va,

no importa de cuanto precio

fue lo que dio en el pasado.

Sin perdón y sin clemencia,

para el yo ni los demás,

sólo existen las dos reglas

que sí impiden perdonar:

desamar, retirar besos,

o no amar, no dar lo justo.

Pues, toda conculcación

del sacro pacto de amor:

maltrato, muerte o ausencia,

mal sexo, peleas, tedio,

no da cabida al perdón.

© by I.M.C.

El fin del mundo y su finalidad

El fin del mundo está lejos

para quien cierra los ojos;

el fin del mundo está cerca

para quien, terco, no cierra,

por saltar verjas y cercas,

de verdades y de ciencias,

axiomáticas lindezas.

Cada segundo apresura

su paso de ritmo vivo

por dejar atrás el tiempo

pegando un tajo al ayer:

el corte entre dos minutos

abre un abismo incolmable,

de muerte vivificante.

El progreso de lo humano

significa hacia delante,

pero no mejor, más grande.

La finalidad del mundo

se busca en principio activo,

la finitud de la fisis,

que conlleva la catarsis

de existir sólo un ratito,

imperfecto acabamiento.

La finalidad del mundo

se confunde con el fin,

un camino en que confluyen

los objetivos divinos

con la nada del no-ser,

donde Dios no muestra esencia

porque su estar es de muerto.

El que cruza por aquí

busca muerdos de ternura,

sales de amor y de lucha,

platos de fuerza o fortuna.

Quiere salir de espesura,

abrir un claro boscoso

donde vivir vida buena.

Quiere que la luz penetre

entre ramas enmohecidas,

de vida grisácea y fina.

La querencia sin paciencia,

si el fin del mundo está cerca,

queda machacada y yerta,

sólo queda la certeza

de quien vive sin cabeza

y dice, con aspereza,

que ignorancia es su sapiencia.

La querencia sin paciencia,

si el fin del mundo está lejos,

se pone tensa y erecta,

cada día busca pozos,

donde adentrar caña y pesca,

sabe que sabe y que goza

entre los cantos de libros

y las esquinas de mozas.

Vivid sin una apetencia

y apeteced vuestra vida,

que es muy corta la partida

y muy larga la derrota

del cadáver en la lona.

© by I.M.C.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Modos del tiempo

El tiempo cronológico nos dice

con lógica aplastante, irrefutable:

los años que se cumplen quedan lejos,

mayoría de edad, licenciatura,

carné de identidad matriculada:

la madurez ficticia que se compra.

“Yo ya viví, sufrí, ya sé que sé,

no pretendas, amigo, dar lecciones,

que en mi vida yo soy protagonista,

dueño de mi presente, de mi sino”,

normalmente especial, un ser distinto,

busco cumplir los retos que me imponen,

discurrir por la vía del mar muerto,

domado en un canal de aguas fecales:

me compraré una casa en la que aloje

mi pobreza de espíritu, mis fantasmas,

alguien que no conozco mas me acepta,

recuerda con su tacto algo cercano

al amor de verdad, al que te nubla;

casaré mi futuro a una hipoteca,

esa será sustancia, esa mi esencia;

los niños vendrán luego, y transigencia,

infidelidad mutua en pensamiento,

auxilio en los sentidos que motive,

luego tendréis, quizás, nadie lo sabe

secretos en alcobas hoteleras,

amantes de otros mundos paralelos;

el precio del silencio os hará libres

de compartir colchón sin medio beso.

Compraré familiares coches grandes,

juguetes de los niños, cien pañales,

perpetuaréis la especie con querer,

sin querer, por temor a soledad;

andaréis los caminos más trillados,

opciones ya prescr itas desde antiguo,

pensaréis en dinero y en la herencia

de la abuela y los hijos, la genética;

osad con osamenta en rebeldía,

a machetazo limpio entrar en selva,

emborronar de tinta lienzos nuevos,

describir trayectorias subatómicas,

andar sin recostarse en poyo apoyo.

El tiempo cronológico limita,

circunscribe la vida a margen, tedios;

el devenir biológico sojuzga

a quien castiga en cuerpo el odio ajeno,

a quien devora muerte en lata abierta;

el devenir biológico libera

a quien se pule verdes estructuras,

a quien sonríe al mundo, aunque le duela.

El tiempo de oucronía es el presente,

el que está sin estar, el que cabalga,

de eternidad dudosa, pero cierta;

el que permite hacer una escultura

de proyectos sin tacha y convertirlos

en un sendero propio que florezca,

por el aroma loco a independencia,

libertad del filósofo, del solo,

fortaleza del duro de ternura,

abanico infinito de personas,

abanico infinito de objetivos.

© by I.M.C.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Invierno y verano

El frío del invierno contrae cuerpos,

que se suponen fuertes y cercanos;

las gotas de la lluvia duelen menos

si otras manos me peinan un paraguas,

si los dedos de carne, pías púas,

rastrillan mi piel gris de otoño muerto,

la capa macilenta de hojas ocres

que tapiza mi telas, vello y manto;

¡qué tierno tu badil en mi carbón,

tu escoba en mi basura paseando,

mi mierda entre tus manos, mis negruras!

Debes de estar muy ciega o muy borracha

por musitar melosa, que está bien,

que otras noches de invierno yo te tapo,

te limpio las migajas de las penas,

y te preparo al horno pan de besos,

que devoras mordiente, voz famélica.

La humedad hibernal cala en mis huesos,

y pienso en hivernar, pereza de oso,

recogerme en guarida de tu abrazo,

resoplar en tu pecho mis ronquidos;

la humedad hivernal me hiela el alma

pero el fuego vidrioso de tus ojos,

se cuela en los resquicios de mi aliento,

me enciende con su brasa y no me muero;

al menos esta noche, no me muero.

El calor del verano nos ensancha,

dilata la distancia del olvido;

todo florece fresco, todo es nuevo;

chutas de una patada abrigo antiguo,

piensas en un bikini que presente,

un bañador bien prieto que se ofrezca,

los ganchos y agujeros del placer

para pescar, verano, peces presa.

Soledad al calor te duele menos,

saltar de flor en flor, polinizar.

Ya llegará el iniverno de rebajas,

con su crujir de dientes y su llanto,

si no administras bien conquista estiva.

© by I.M.C.