Anoche te vi tan triste
que no quise ni tocar
tu piel ajena y distante,
ni mirar en el vacío
de tus ojos abismados
en un torrente de llanto
que te brotaba hacia dentro
en puchero de mal caldo.
Anoche no me dijiste
si te dolía la espalda,
si te pesaba la vida,
o si estabas indigesto;
anoche fue tu silencio
más duro que las palabras
que dices sobre la cama,
mascullando radiofónico.
Otras noches me llamabas
en pleno ataque de risa,
recordando planes nuevos,
proyectando tiempos viejos;
y tus ojos destilaban
agua de alegría sana,
limpia de malicias raras
sorda a las voces quebradas.
Esta noche no es así,
te domina la ansiedad
amordazada, rebelde;
reservas un monumento
de suspendidos carámbanos
hechos de frío sin prisa,
que penden sobre mi cuello
como guillotina gélida.
Cada noche que así llegas,
sólo me salva el deshielo
pero me muero por dentro,
por tu tormento de gota.
La mitad de las veladas
júbilo y fiesta me traes,
el resto del porcentaje
nos arrastras amarguras
por la calle del insomnio.
Eres tú, jamás podré
salvarte, recobrarte
para el mundo de los vivos;
tú vives al otro lado,
nos vemos en el lavabo,
o me sigues con el sol,
miras con retorcimiento,
me acompañas sin hablar;
me agotas con tu mutismo,
quiero agarrarte del cuello,
metiendo mano en estaño
y traerte del pescuezo
para que vivas conmigo
y digas con sacacorchos
lo que callas desde niño.
© by I.M.C.
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