La vida de champán, vino bullente,
las burbujas punzantes, cosquilleo,
el sello de la elite bebedora,
botella estilizada, femenina,
envoltorio dorado, prestigioso.
De todo el panorama,
de la visión panóptica,
de la instantánea ciega,
que inmortaliza nobles
momentos miserables,
resta sólo un detalle.
Navegantes en traje cocainómano,
bailan, sombras frenéticas, en pista,
la copa, con la raya, es el timón,
las velas castigadas, satén blanco,
coronan a la nave de los locos
que, en segura derrota, se deriva.
En la noche brumosa de neblina
las sirenas de pago, las ansiosas,
las musas mercenarias de camastro,
entonan citereas
cantos de acentos tiernos
a marineros ciegos, oceánicos.
Los lobos de la mar corren sin cera
que guarde sus oídos del encanto,
ni Ulises capitán los alecciona,
y en la noche cerrada temblorosa
sólo encienden su cirio seminal.
Caminan como ungidos sobre el agua,
y con sus blancas plantas
dejan heridas blancas
en la llanura azul.
La vida del champán, vino bullente,
llena en la travesía por el ponto
el hervor que les falta,
marinos que naufragan.
La serenata diara se repite
persiste en la conciencias
mareadas.
De todo el panormana,
de la visión panóptica,
de la instantánea ciega,
que inmortaliza nobles
momentos miserables,
sólo resta un detalle.
El barco, con bodega,
aquel bajel altivo de soberbia,
embriagado de ausencias,
que rompe majestuoso con su quilla
el espejo azuloso de la sal,
siempre se encontró hundido,
y fue mal de su grado submarino.
La stutilfera nauis no quería
pero su viaje nocturno era de ida,
y el barquero Caronte sonreía.
El vino de la espuma queda atrás,
tan sólo la botella mensajera
flota por el cristal sobre la mar.
Resta sólo un detalle.
El corcho del champán.
Algunos los guardaron como balsa,
asidero mínimo seguro,
para seguir a flote
y poder respirar,
mirando alguna estrella ceslestial,
en grupa de delfines, de caballos de mar.
Los viajeros del corcho
parecen harapiento ganapán,
pero eligieron sabios
renunciar al caviar,
al brillo, a la gomina,
prefieron el aire,
el soplo espiritual.
Transatlátnicos férreos
hunden lentos su carga,
todos los pasajeros
mueren en fiesta calma.
Caronte, viejo eterno,
frota sus manos frías con monedas.
Pero sabe sereno
que algunos sigilosos
alargaron su vida,
gracias al alcornoque.
© by I.M.C.
las burbujas punzantes, cosquilleo,
el sello de la elite bebedora,
botella estilizada, femenina,
envoltorio dorado, prestigioso.
De todo el panorama,
de la visión panóptica,
de la instantánea ciega,
que inmortaliza nobles
momentos miserables,
resta sólo un detalle.
Navegantes en traje cocainómano,
bailan, sombras frenéticas, en pista,
la copa, con la raya, es el timón,
las velas castigadas, satén blanco,
coronan a la nave de los locos
que, en segura derrota, se deriva.
En la noche brumosa de neblina
las sirenas de pago, las ansiosas,
las musas mercenarias de camastro,
entonan citereas
cantos de acentos tiernos
a marineros ciegos, oceánicos.
Los lobos de la mar corren sin cera
que guarde sus oídos del encanto,
ni Ulises capitán los alecciona,
y en la noche cerrada temblorosa
sólo encienden su cirio seminal.
Caminan como ungidos sobre el agua,
y con sus blancas plantas
dejan heridas blancas
en la llanura azul.
La vida del champán, vino bullente,
llena en la travesía por el ponto
el hervor que les falta,
marinos que naufragan.
La serenata diara se repite
persiste en la conciencias
mareadas.
De todo el panormana,
de la visión panóptica,
de la instantánea ciega,
que inmortaliza nobles
momentos miserables,
sólo resta un detalle.
El barco, con bodega,
aquel bajel altivo de soberbia,
embriagado de ausencias,
que rompe majestuoso con su quilla
el espejo azuloso de la sal,
siempre se encontró hundido,
y fue mal de su grado submarino.
La stutilfera nauis no quería
pero su viaje nocturno era de ida,
y el barquero Caronte sonreía.
El vino de la espuma queda atrás,
tan sólo la botella mensajera
flota por el cristal sobre la mar.
Resta sólo un detalle.
El corcho del champán.
Algunos los guardaron como balsa,
asidero mínimo seguro,
para seguir a flote
y poder respirar,
mirando alguna estrella ceslestial,
en grupa de delfines, de caballos de mar.
Los viajeros del corcho
parecen harapiento ganapán,
pero eligieron sabios
renunciar al caviar,
al brillo, a la gomina,
prefieron el aire,
el soplo espiritual.
Transatlátnicos férreos
hunden lentos su carga,
todos los pasajeros
mueren en fiesta calma.
Caronte, viejo eterno,
frota sus manos frías con monedas.
Pero sabe sereno
que algunos sigilosos
alargaron su vida,
gracias al alcornoque.
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