Buscabas la dulzura de la vida,
querías un mañana almibarado,
nunca te empalagaba lo meloso,
golosa comedora
de puro aporte glúcido.
Buscabas la dulzura de la vida
en novelas del rosa más chillón
en canciones románticas, baladas,
en cualquier chocolate,
en helados de quilo,
en nubes de algodón,
en los dramas de amor,
comedias y ficciones,
en hombres caramelo,
en hermanos de arroz
de leche merengada.
Azúcar industrial en vena y boca,
como un chute de escarcha
de frutas escarchadas.
Calmas secreto síndrome
por el tacto, los ojos, nariz, piel;
cualquier buena palabra
penetra por tu oreja
y aspiras vagamente
un polvillo molido,
la sacarina en flor,
dulces alas de mosca.
Tantas tus amarguras, tus agraces
tus bombones siniestros de licor,
tantos has degustado disgustada
que buscas la dulzura con desesperación.
Que no, que no, que no,
que eso no está en la caña,
ni está en la remolacha,
ni en comidas, ni en libros
que no, que no, que no.
Lo dulce está en tu seno,
tus manos, tu cerebro,
está en tu corazón,
alambique perfecto
que sublima la voz.
No busques, pues, en muertos
lo que ya Dios te dio;
que la crema y la nata,
la miel de apicultor,
estuvo siempre en ti,
la guardabas oculta,
eras tú la colmena,
eras tú el panal.
Mira, ya, aquella miel:
se derrama fluida
y brota, como chispa,
de la fricción de dos
(parecen pedernal,
son carbón con sabor).
© by I.M.C.
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