Estábamos en la playa
como dos granos de tierra
en minúsculo planeta,
abismados ante el agua.
Yo te di mi mano dura
y tú me diste la tuya.
La luna se reflejaba
en nuestra cara poliédrica,
un mar de arrugas y risas,
espumado por las lágrimas.
"La luna en el mar riela",
te dije como poeta,
respondiste "no hace falta
que tomes frases prestadas,
sólo con mirarme basta,
cállate sin decir nada
y escucharás de repente
todo, todo, todo, todo,
que nos sobran las palabras".
Ese fue el momento cumbre
por el que vale vivir,
cuando contigo y por ti
cuando conmigo y por mí
nos dijimos un "te quiero",
que nos quisimos decir.
Entonces de podredumbre
nació lumen, lumbre, luz,
y de negritud lodosa,
sal, harina candeal.
Cuerpos siguieron a verbos
y yacimos horizontes
en abrazo horizontal
que, aun repetido era nuevo,
por su aroma natural.
No me importaban tus notas,
ni tus amantes antiguos,
ni tus padres ni tus primos.
El eco de un tú cercano
resonaba en mis latidos
y la muerte que temía
se volvía sueño dulce
si me moría contigo,
porque invisible me unía
con tu ombligo redondete
un cordón umbilical.
No fuiste fuerte ni recia,
ni ciega quisiste ver,
ni quisiste pagar precio
que se paga por verdad,
preferiste ser feliz
en tu vida de mortal.
Pero aquello que me diste,
aquello que a ti te di
jamás lo podré olvidar,
que tu mano fue primera
y tus labios de cubana,
y tus curvas diminutas,
que quisieron acoger
al animal asocial.
Tienes raro privilegio
de la primogenitura,
que fuiste primera en todo
y de amor generadora.
En nuestra playa estival
sólo quedan los rescoldos
de una hoguera que quemó,
sólo queda la marea
y ya no queda ni Dios.
Arbolada anda la mar
y los troncos de la balsa
se perdieron en rebufo;
nuestros dos granos de arena
se disuelven en mar turbio.
Cuando el espejo se encalme
quizás no estemos tan lejos,
y podremos chocar dulces
con cristales y pedruscos.
Y tú lanzarás tu mano
hacia otro peñasco hermano;
yo sellaré mi destino
con un ombligo distinto.
© by I.M.C.
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