jueves, 19 de junio de 2008

La unicidad mortal de la meditatio mortis


Lo único que es único de veras,
lo que no tiene par, inigualable,
lo que nació de virgen sin semilla,
sin hermanos ni primos, de la nada;
lo que no cambia nunca, permanece
paradoja de oxímoron y vida.
Lo único que es único de veras,
carece de sinónimos, de antónimos,
la voz que no es ambigua ni plurívoca;
Lo único que es único de veras,
no alcanza semejantes ni semblanzas,
ni el campesino arcádico lo canta,
ni pintores bucólicos lo pintan,
ni necesita ritmo musical.
Lo único que es único de veras
se esfuma entre la sombra y la neblina
pero se aprecia magno en horizonte,
con trazos y con rasgos sin equívoco,
de esquinas aceradas y perfectas,
curvas poligonales y canteadas,
figura de belleza bella y fea,
divinidad humana de la tarde.
El punto suspensivo entre dos hilos,
el empujón severo del abismo,
el negruzco zapato ceniciento
que ninguna princesa calzar quiere
ni príncipes ni papas ni carpantas.
Lo que pisa sereno todo suelo:
las tabernas sarnosas y las torres
ebúrneas, altivas, principescas.
Lo que es por acabado, imperfectible,
pasa sólo una vez y cuando pasa,
queda.
Y cuando queda, nada pasa nada.
El polvo de Parménides disuelve
la muerte consistente en el no ser.
La brevedad reversa se compensa
con el arte tan corto del amor
con el arte libresco, museístico
largo como los siglos, con vigencia,
con el saber sabroso salvador
de Epicuro, de Nietzsche, de Platón,
con los transportes públicos y místicos.

© by I.M.C.

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