Le guardaste dos palabras
por si decirte quisiera
que la tierra no es tu tierra,
un rincón de desperdicios,
en lugar del no lugar,
piscina de negra ciénaga.
No perteneces a ella,
te estructura y te resguarda,
allí te asientas y creas,
entre sus lindes reniegas.
La sede recoge, madre,
un saco de utopías
que constelaciones alzan,
se desplazan divos astros
en transporte circular,
con regulado rigor.
Tú moras en las estrellas
cuando pierdes la mirada
que se estalla contra ellas,
el desastre te devuelve
como puñetazo diestro
a la vida del bostezo.
Macerados en delirios,
por la lluvia apuñalada,
hoces de hielo y vinagre,
tus dados das objetivos,
subjetivos das tus datos,
te encaras sojuzgamiento,
te refrenas estampado,
y lanzas el cubilete,
con sus planos infinitos
y su superficie única,
el azar que redondea
en suerte de toro muerto
tu posición aleatoria.
Cierras los ojos y mueres
para el segundo que pasa
en la vida que se escapa.
Cierras los ojos y vives
para el segundo que nace
en parietales demiurgos.
¿Qué dos palabras guardaste,
a quien calla por respuesta
en un silencio que cuenta?
Las dos palabras binarias,
de complemento sin fin,
las necesarias entrambas:
padre, madre, luna, sol,
cielo, tierra, valle, cumbre,
vaina, espada, guerra, calma,
muerte, vida, todo, nada.
© by I.M.C.
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