Te dices al espejo respondente,
de tus ojos vidriosos, estañados:
eres barco sin rumbo, sin derrota
un islote que deja que lo lleven
los embates del agua de la sal,
un errático Ulises sin Penélope,
sin hembra que le espere tejedora;
un errático Ulises sin nostalgia,
sin ingenio, sin cerdos, con mil marcas;
un islote sin ancla, en desarraigo,
el soplido de Zeus nube te mueve;
la bañera del orbe te succiona,
desde el desagüe sorbe, te aniquila;
Dios no existía, no, cuando naciste,
Jesucristo tampoco, caminante,
patinador del líquido elemento,
dador de pan, pescado, de maná;
ellos llegaron luego, ¡ya sufrías!.
Naciste de un encuentro entre dos nadies,
cuyas sombras fundieron confundiendo
los esfuerzos de carne en otro sueño.
Tu morada está dentro del afuera,
sobre un abismo plano de salobre,
cuyo fondo se esconde por tus almas;
dejan ellas espumas encaladas,
navegan la saliva de su vida.
Ínsula extraña, libre, solitaria,
rebotas contra el margen de tus límites,
- un alambre de espinos invisibles -
donde ejerces, demiurgo de la nada,
la estabilidad frágil, movediza.
Subes al trampolín que te conduzca
a tierras que divisas en distancia:
a veces caes a peso sobre lava
de negritud azul, verde, morada;
allí mueres de ahogado aburrimiento;
a veces saltas alto mas la soga
del aire de los dioses te estrangula,
ahorcado por soberbia iluminada.
las menos de las veces lo consigues,
con la fe del ataque, que no ofende,
sobrevuelas islotes alienados,
de posesión diabólica, sin amo,
mendigos de exorcismo enamorado,
conjura de palabras, besos, sexo.
Caes sobre tierra muelle, receptora,
semillero de lluvia que fecunda,
y la siembra te nutre hasta otro salto,
otro derrape en isla que te salve,
otro chapuzón negro que te mate.
© by I.M.C.
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