Trae un susurro el viento aterrador:
la voz del caminante solitario,
que recorre arideces saharianas
clamando por caricias más humanas
que el beso del chacal o de la hiena.
Reciben sus palabras sólo un eco,
el eco sibilante de los vientos,
como el tajo veloz de un hacha nueva,
que no parte ni ramas ni madera,
mas decapita el alma silenciosa.
La voz del que nos llama en el desierto
no conoce otras bocas ni otros verbos.
Buscador incansable de un oasis,
se abraza, de momento, con el sol,
y apaga con sudor su propia sed;
desespera impaciente por dos cosas
que existen intangibles, imposibles,
que calman, cuando duelen, el dolor;
las dos cosas más grandes, desde siempre:
las múltiples vertientes del amor,
y el bicho escurridizo, la verdad.
Sólo por esos dos vale la pena
arriesgar el pellejo hasta la muerte,
jugarse en cada apuesta el corazón.
Otros buscan placer, otros a Dios,
otros viven sin huella, sin esencia,
poquísimos persiguen su razón.
© by I.M.C.
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