So la maza divina en la cocina
el bípedo parlante sapientín
se siente loncha fina en guillotina,
de músculo antes vivo carne muerta,
ternero de ternura sin la veta;
el adobo de algunos malqueridos,
no ofrece al ajo y agua complemento,
salvo quizás vinagre de manzana;
lo malquisto se enquista en una cripta
con forma de pastel ventricular,
el polígono esférico de amor;
granos de arroz se juntan a la sangre
y cuecen aneurisma morcillón.
Matarife del tiempo carnicero
sirve en bandeja blanca de pureza,
envueltos en un velo transparente,
los restos ensuciados de inocencia
perversa de la culpa sin respuesta;
inocuo inicuo taja tajador
desmiembra, descoyunta la coyunda
del tronco con los brazos y las piernas.
Bien expuesta en vitrinas de vidriera,
se merca sin merced la mercancía;
en ningún recoveco se detecta
tras pasar por la cámara de gas,
frigorífico templo de conservas,
el sentir de existencia y dignidad;
devoramos la muerte precocida,
consumamos consuntos consunciones;
el animal hermano pertenece
a un pasado de infancia y de dibujos,
“ahora ponme el bistec, con su tocino”.
Si lo que sólo ladra, muge, gruñe,
es carne de cañón civilizado,
¿cómo no hablar entonces de lo humano,
sin temblar al decir ante un mendigo:
“darwinismo social, no hay más, amigo”?
Por ello el sufrimiento nunca miente,
y cuando uno lo acepta y se lo aprende,
adquiere dignidades de magnánimo,
persigue justiciero la verdad
y muere con las botas andariegas.
Aunque pague el importe solitario
sus ojos son ventanas en su fisis,
por donde sale el logos, la palabra,
el verbo del buen Dios, abracadabra.
© by I.M.C.
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