El tesoro de penas retorcidas
estercola la estancia del recuerdo,
La cosecha es ubérrima, neurótica;
en alcantarilla nadas, te bañas
en agua de fecal pozo ratero.
El guardián de la puerta del desván
sepultado en un cielo de humo negro
guarda con manos recias cada llave
de los dos mil cerrojos, cerraduras;
alzas un monumento a cada herida,
con cada cicatriz certificados,
actas, compulsas, números de serie;
la pátina salada de tus lágrimas
sazona las figuras del museo,
lustra lustros de daños sin reparo;
y la niebla del tiempo te conturba;
eres conservador conversador
con fantasmas de sábana siniestra;
el templo del altar de la pirámide
cuya punta se eleva estratosférica
discurre laberíntico interior;
la sinapsis, abrazo de dendritas,
talla los hematomas del cerebro,
con escalpelo tibio de palabras.
La noche se pasea con segundos
de velo de nostalgia y de jadeo
y los sueños no duermen ni descansan;
asaltan tu entrepierna y te la arrancan,
asaltan tu entrepierna y te la sacian.
La noche del esclavo de deseos
te encadena al colchón y almohada sola
sin látex de condón ni de muñeca.
Vuelves la vista atrás horrorizado,
preguntas sorprendido: ¿sigo vivo?;
tus voces te responden, coro rítmico,
“sí si, si sí”, ¿aserto?, ¿condición?.
Abandona tu cargo, comisario
de exposición de llanto en cada cuadro;
demuele las paredes y construye
con las manos desnudas , con cal blanca
con cemento de mármol un palacio,
de pureza ganada al dolor rancio.
Todo cuanto importaba tú conservas,
todo cuanto aprendiste no se olvida,
mereces ganador un nuevo espacio.
© by I.M.C.
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