El acorde del recuerdo
despierta en ti viejos mundos;
la música del olvido
rememora disco antiguo;
el haz de ondas cerebrales
desplaza al tiempo portales;
la memoria de la vida
especula con la muerte
en un espejo que es cóncavo;
miras, rostro submarino,
usando tu periscopio,
y descubres por detrás
los pasos dados, pisadas;
el aroma se deforma,
el sabor se vuelve añejo,
pues lo enrancia la memoria.
La mirada al pasado
sólo enseña lecciones
una vez, siempre vitales.
Lo demás es un fetiche,
o consuelo parafílico
de zombie zumbado, loco;
el tiempo siempre camina
con un andar portentoso
sin retorno a lo ya escrito,
al terremoto de ayer,
al maremoto del siglo,
a las guerras del egipcio.
La cabeza soterrada
de hombre, hembra o avestruz,
no te sirve de defensa;
el tiempo es inocente, como tú;
el tiempo pasa, discurre,
fluye en presente de río,
y cuando pasa es pasado,
y cuando pasa es olvido;
hora, minuto, segundo,
el tambor del universo
sonó, suena, sonará;
cuando vueles aguerrido,
por autopistas celestes,
posa tus ojos de águila
en la rosa de los vientos,
sobre el mundo del futuro,
en los aires de lo incierto,
en la sangre, nueva mente,
y ten morriña de vida
todavía no vivida;
la pretérita mochila
puede lastrar tu camino,
conserva lo necesario,
y vacía lo sobrero;
marcha con brazos abiertos
al compás del nuevo péndulo
y verás libre de hipnosis
senderos de amor y lucha.
El futuro es un deber,
te lo enseña la gramática
histórica libertaria,
infinitivo presente
unido al indicativo
conjugado en voz activa
del verbo auxiliar “haber”.
El futuro es un deber:
Si conjugamos los dos
resulta mucho más grato:
amar-hemos, luchar-hemos,
soñar-hemos, vivir-hemos.
© by I.M.C.
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