En un vaso sin fondo, sin retorno,
caen gotas de silencio que no impactan
en superficie hollada por humanos.
Un bufido escultor cincela gérmenes
al saco de bacterias avenidas,
convivientes atónitas en cuerpo.
Las curvas y las rectas de la carne
guardan la proporción del oro blanco,
un aleteo griego milimétrico.
Los pensamiento vuelan al vacío,
batiendo y rebatiendo blancas alas,
ingrávidas gravídicas, absortas.
El soplo de los verbos encarrilla
las ansias devorantes de la nada,
carnívoras, omnímodas, letales.
Crisol, edad tardía, de tristeza,
alquimista paciente busca piedras
que lapiden el odio a la inocencia.
La distancia entre dos átomos
se refleja con la flecha
(Zenón de Elea lo enseña):
esa distancia es eterna,
¡es eterna!
¡eterna!
como la muerte y la guerra,
y los verbos son las soga,
trenzada con tela lenta,
que cautivará tu lengua.
Penetrarán en tu oído
con la fuerza de la piedra:
sordera pedirás al violador,
al que escupe palabras en tu oreja,
a quien se adentra en ti, sin que lo quieras,
a quien te hiela el alma, aun a sabiendas.
Y todo callará.
Encinta del dolor, iluminada,
despertarás después, luz de mis sueños,
transida del dolor, pero fecunda,
antojosa, apetente comerás
espuma de mañana anaranjada.
Parirás a un gigante enardecido,
parirás a un enano resignado.
Entonces serás libre.
Entonces serás madre.
Comprenderás, por fin,
la tristeza infinita del amante,
cuando choca y no funde los anhelos,
pues tuviste en tu seno vida toda,
que cesó de ser tuya por cesárea.
Estamos siempre solos,
de psiquiátrico,
migas en la panera, desencanto.
Despiérteme de este sueño,
loco, tonto, malo, bueno
el Cristo que lo fundó,
o su amigo Calderón,
Dios es per negationem, dirá el sabio.
ignaros de su existencia, vivamos
mientras tanto,
que no es poco,
vivamos atque amemus, por un día.
© by I.M.C.
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