El frío del invierno contrae cuerpos,
que se suponen fuertes y cercanos;
las gotas de la lluvia duelen menos
si otras manos me peinan un paraguas,
si los dedos de carne, pías púas,
rastrillan mi piel gris de otoño muerto,
la capa macilenta de hojas ocres
que tapiza mi telas, vello y manto;
¡qué tierno tu badil en mi carbón,
tu escoba en mi basura paseando,
mi mierda entre tus manos, mis negruras!
Debes de estar muy ciega o muy borracha
por musitar melosa, que está bien,
que otras noches de invierno yo te tapo,
te limpio las migajas de las penas,
y te preparo al horno pan de besos,
que devoras mordiente, voz famélica.
La humedad hibernal cala en mis huesos,
y pienso en hivernar, pereza de oso,
recogerme en guarida de tu abrazo,
resoplar en tu pecho mis ronquidos;
la humedad hivernal me hiela el alma
pero el fuego vidrioso de tus ojos,
se cuela en los resquicios de mi aliento,
me enciende con su brasa y no me muero;
al menos esta noche, no me muero.
El calor del verano nos ensancha,
dilata la distancia del olvido;
todo florece fresco, todo es nuevo;
chutas de una patada abrigo antiguo,
piensas en un bikini que presente,
un bañador bien prieto que se ofrezca,
los ganchos y agujeros del placer
para pescar, verano, peces presa.
Soledad al calor te duele menos,
saltar de flor en flor, polinizar.
Ya llegará el iniverno de rebajas,
con su crujir de dientes y su llanto,
si no administras bien conquista estiva.
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