Todavía soy un niño
pero mi piel ya se queja,
los músculos se entumecen,
las arrugas evidencian
que la espuma de los días,
después de champán, de fiesta,
surca el cuerpo con estrías.
Sancho Panza quijotesco,
en el sesgo de mis ojos
se adivina intención recta.
En ceniza, que alborea,
se entremezcla la inocencia,
de inmaculada pureza,
con clapas de caspa rancia,
pues la vida siempre afeita.
Todavía soy un niño,
un niño que cumple treinta (30),
¡tantos días de existencia!,
¡cuántos besos, cuántas hostias,
abrazos, risas, condenas!
La vida vale un riñón,
un riñón y lo que queda
para hacer cada mañana
un rito de amor y guerra,
para vencer, en paz sana,
soledades y tinieblas;
para escuchar más canciones
cantadas por almas negras
cuyo amor en cada nota
borbotea, borbotea;
para besar, sordo a ciegas,
un cuerpo con oquedades
y un corazón de luz plena.
Quiero llorar como siempre,
quiero reír, sin barreras,
que me griten los prudentes:
"Usted, el que no se aquieta,
inmaduro sin careta".
pero mi piel ya se queja,
los músculos se entumecen,
las arrugas evidencian
que la espuma de los días,
después de champán, de fiesta,
surca el cuerpo con estrías.
Sancho Panza quijotesco,
en el sesgo de mis ojos
se adivina intención recta.
En ceniza, que alborea,
se entremezcla la inocencia,
de inmaculada pureza,
con clapas de caspa rancia,
pues la vida siempre afeita.
Todavía soy un niño,
un niño que cumple treinta (30),
¡tantos días de existencia!,
¡cuántos besos, cuántas hostias,
abrazos, risas, condenas!
La vida vale un riñón,
un riñón y lo que queda
para hacer cada mañana
un rito de amor y guerra,
para vencer, en paz sana,
soledades y tinieblas;
para escuchar más canciones
cantadas por almas negras
cuyo amor en cada nota
borbotea, borbotea;
para besar, sordo a ciegas,
un cuerpo con oquedades
y un corazón de luz plena.
Quiero llorar como siempre,
quiero reír, sin barreras,
que me griten los prudentes:
"Usted, el que no se aquieta,
inmaduro sin careta".
© by I.M.C.