No importan las fechorías,
ni la lejanía inmunda,
ni los alambres de espino,
de desamor y de olvido,
ni las cicatrices viejas,
ni las heriditas nuevas,
nada importa en el instante,
en que soñamos, pequeños,
un mundo virgen, distinto,
de ficción autenticada,
de autenticidad fingida.
Entonces cobra sentido,
lo ganado en lo perdido,
y podemos olvidar
lo dejado en el camino,
y podemos olvidar
la puta caja de pino.
Descubrimos continentes
de contenido distinto,
con sus golfos y sus cabos,
con sus curvas, con sus grutas,
con el agua que penetre,
oleadas que refrescan
la blancura de salobre.
Si bien el tiempo no para,
que no lo detienen, nunca,
las instancias alemanas,
el descuido bananero,
la magia de abracadabra,
los segundos que así pasan,
tienen sabor distinguido
cóctel de agraz y cariño.
En ese mundo soñado
copula cielo con tierra
y al aguzar el oído
se oye un jadeo divino,
música de las estrellas.
Los seres nacen de amor,
en santa lubricidad
sin pecado concebidos,
Besos son pan cotidiano,
si bien Dios no interviene
en su pasional dación.
Cierro los ojos y veo,
el altar de mis anhelos,
Veo los ojos y cierro
en abrazo lo que quiero.