Saber que la caricia está a la espera
da la tranquilidad del soñador;
la certeza del otro, con su abrazo,
se torna fino abrigo,
de vida regalada;
las manos se entrelazan tontamente,
la vida se aligera, se suspende;
la esperanza guarda besos
que secretos deslizarán secretos
pormenor del amor para mayores.
Soñador soñoliento se anonada
disuelto entre futuros y nostalgias;
el sacrosanto perfume de la carne
sin pecado que concibe sin pecado
ni confesión ni fraile ni sotana
procura fecundar el placer íntimo,
que alumbra con mayéutica al orgasmo.
La seda de las palmas, terciopelo,
resulta manta ardiente al cuero hambriento
cuya hambruna es de tacto, lira y cuerda.
No cae en el anhelo de quien corre
a metas de barato esparcimiento,
a líneas blanquecinas solitarias,
el ansia de su empuje se halla allende,
en el licor oscuro del silencio
que motean las niñas, encontradas.
Las manos colombinas se encaminan
al continente nuevo de otro cuerpo,
cada vello se eriza, se yergue de sorpresa,
los poros boquiabiertos filtran huellas,
tejidas de tímido sudor y grasa prístina.
El soñador despierto queda absorto,
en trance del comercio más antiguo.
© by I.M.C.