Las estancias vacías, corazón,
permanecen, arrullan al silencio;
el polvo de las huellas de otros tiempos
tizna suelos intactos, nuevos virgos.
Los huecos del recuerdo llenan ecos,
el soplo de la brisa enmohecida
lagrimea sereno en los rincones.
Las tardes sin Teresa pasan lentas,
sin mística, sin verbos, con nostalgia,
las tarde sin Teamo resucitan
la muerte que albergaba el neonato.
La soledad del sol sí tiene brillo,
la soledad del yo pone un cuchillo
al cuello del que gime ante la espada
que media entre pared, aorta y nada.
El tedio de vivir sin chute en vena,
la observación doliente de lo amargo,
el reloj con la arena y arañazos,
se cura, transitorio, con ensalmos,
al conceder la vida santo olvido,
cuando del rabo Venus saca esputos,
soñados o de carne, eso no importa,
cuando solloza y tiembla un cuerpo extraño,
pidiendo que lo maten a embestidas,
cuando la lluvia cae pesada y tierna
sobre dos paseantes de la mano,
que se miran y pintan futuro
hecho de días largos o de cielos,
según les corresponda tanda en Parca,
que los hay sin más meses que un enano,
que los hay más años que un gran árbol.
Añorar la tenencia de querencia,
desquerer en la ausencia quitaesencias,
morir, vivir, amar, tener paciencia.
Ay mujer,ay mujer, siempre estoy triste,
siempre estoy triste, ay, mujer, mujer.
No finjo con esbozo una sonrisa,
prefiero el escozor en el pescuezo,
intuición sublime de guadaña.
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