Soñar con volar las penas,
que salten hechas añicos,
en bombazo de placeres,
de quereres y sabores,
tiene la angostura añeja,
bebida por mil hermanos.
La vida no tiene música,
mas ruido que no perfora
los tímpanos o los témpanos
de quien helado no escucha.
Los cascos que llevas puestos
protegen, santa persona,
el virgo de tus orejas.
¡Qué bonitas las palabras,
cuando salen de la boca,
y escapan, en su nacer,
balas de saliva tonta.
¡Qué bonitas las palabras,
cuyo río punteado,
salta, como vieja pulga,
salta, jadea y me toca!
Por las palabras yo muero,
por las palabras yo vuelo,
y les retuerzo el pescuezo
hasta que dicen, un poco,
aquello que decir toca.
Pero dentro está la presa,
cuyas aguas se desbocan,
como un animal feroz,
que tuviera un ansia loca.
En el vuelo del poeta,
artesano o bien esteta,
se otean mares lejanos,
horizontes que se alejan,
mares de salobre yerta,
que no colma aquella sed
tan antigua como cierta.
Remóra remordimiento,
parásito traicionero,
que carcome los adentros,
pasa factura al que escribe,
cada vez que pierde el tiempo.
Emprender vuelos suicidas
y sacrificarse en línea
es un precio no menor
porque en ello va la vida:
se pierden en papel ratos y orgasmos,
se pierden charlas hueras, chistes vanos,
los besos a destiempo, los abrazos,
se pierden, además, muy otras líneas,
que otros ojos y manos compusieron.
Entre el papel sumiso del actor,
agente involutario de la escena,
y el papel del tabaco americano,
el mejor escritor quema sus obras,
aborto del infecto opus perfectum,
como bien saben Broch, Virgilio y Kafka.
En época de epoché,
la de un ahorcado suspense,
un cuelgue que inmoviliza,
parece mejor opción
soñar de día y despierto
con sobrevolar las peñas,
sin querer saltar de ellas,
para rellenar con trino
las noches y atercederes
de quien, pese a los horrores,
quiere besar con el pico.
La vocación del poeta,
la llamada del futuro,
sin la sapiencia del búho,
ni el saber de la lechuza,
es como un grito en cielo
puesto por correo ajeno
pero que a Dios nunca llega.
El loco sin remedio coquetea
en los lindes de muerte y de nostalgia,
con los sueños más nobles del amor,
pesadillas obscenas, vida abyecta;
se acerca a las esquinas, putas letras,
desdobla los sentidos, los golpea,
porque quiere saltar de noche verjas,
oír del policía los silbidos,
o recorrer ebrio y ciego,
con la terneza de un niño,
los vedados paraísos,
empujado por un verbo,
que sin ser verbo divino,
serpentín revoltea
a la espera esperanzada
de nuevas hijas de Eva.
© by I.M.C.
que salten hechas añicos,
en bombazo de placeres,
de quereres y sabores,
tiene la angostura añeja,
bebida por mil hermanos.
La vida no tiene música,
mas ruido que no perfora
los tímpanos o los témpanos
de quien helado no escucha.
Los cascos que llevas puestos
protegen, santa persona,
el virgo de tus orejas.
¡Qué bonitas las palabras,
cuando salen de la boca,
y escapan, en su nacer,
balas de saliva tonta.
¡Qué bonitas las palabras,
cuyo río punteado,
salta, como vieja pulga,
salta, jadea y me toca!
Por las palabras yo muero,
por las palabras yo vuelo,
y les retuerzo el pescuezo
hasta que dicen, un poco,
aquello que decir toca.
Pero dentro está la presa,
cuyas aguas se desbocan,
como un animal feroz,
que tuviera un ansia loca.
En el vuelo del poeta,
artesano o bien esteta,
se otean mares lejanos,
horizontes que se alejan,
mares de salobre yerta,
que no colma aquella sed
tan antigua como cierta.
Remóra remordimiento,
parásito traicionero,
que carcome los adentros,
pasa factura al que escribe,
cada vez que pierde el tiempo.
Emprender vuelos suicidas
y sacrificarse en línea
es un precio no menor
porque en ello va la vida:
se pierden en papel ratos y orgasmos,
se pierden charlas hueras, chistes vanos,
los besos a destiempo, los abrazos,
se pierden, además, muy otras líneas,
que otros ojos y manos compusieron.
Entre el papel sumiso del actor,
agente involutario de la escena,
y el papel del tabaco americano,
el mejor escritor quema sus obras,
aborto del infecto opus perfectum,
como bien saben Broch, Virgilio y Kafka.
En época de epoché,
la de un ahorcado suspense,
un cuelgue que inmoviliza,
parece mejor opción
soñar de día y despierto
con sobrevolar las peñas,
sin querer saltar de ellas,
para rellenar con trino
las noches y atercederes
de quien, pese a los horrores,
quiere besar con el pico.
La vocación del poeta,
la llamada del futuro,
sin la sapiencia del búho,
ni el saber de la lechuza,
es como un grito en cielo
puesto por correo ajeno
pero que a Dios nunca llega.
El loco sin remedio coquetea
en los lindes de muerte y de nostalgia,
con los sueños más nobles del amor,
pesadillas obscenas, vida abyecta;
se acerca a las esquinas, putas letras,
desdobla los sentidos, los golpea,
porque quiere saltar de noche verjas,
oír del policía los silbidos,
o recorrer ebrio y ciego,
con la terneza de un niño,
los vedados paraísos,
empujado por un verbo,
que sin ser verbo divino,
serpentín revoltea
a la espera esperanzada
de nuevas hijas de Eva.